Lo que la maternidad me enseñó

…Y no, no solo fue aprender a cambiar pañales.

La maternidad está siendo un viaje maravilloso en mi vida. A mis casi 30 años me estoy enfrentando a uno de los retos más grandes que he tenido hasta el momento. Sé que quedarán muchos por vivir y disfrutar, muchos que sufrir, pero de momento esta es la experiencia más transformadora que estoy teniendo, la que más magnitud alcanza y la que más aspectos cambia de mi vida.

La maternidad es arrolladora, pasa por encima de ti como un camión, te exprime y te agota. Aprendes a vivir con el cansancio, con la frustración, con la culpa, ay, la temida culpa. Afecta a todo lo que antes conocías, tu relación de pareja cambia, no a mejor, tampoco a peor. Simplemente la transforma en otra cosa y a veces pone patas arriba sus cimientos, te hace repetirte «yo no seré como esas parejas en las que…» y a veces te das cuenta de que un poquito sí eres. Te hace plantearte todo otra vez y volver a repetirte como un mantra «somos un equipo» y entonces poco a poco consigues salir de ese bache, sigues adelante y sigues luchando. Porque esto es algo que hay que nutrir y cuidar cada día. También cuando te conviertes en ma/padre.

En mis múltiples lecturas durante el embarazo siempre estaba Lucía mi Pediatra

También afecta a tu vida laboral, el cómo se lo tomará la empresa, esa temida baja por maternidad (con lo escasa que es), una excedencia, los comentarios de «uy vas a echar tu carrera a perder», la profundamente dolorosa reincorporación, el temor a pedir una adaptación de jornada, ¿una reducción de jornada?, el «ay, no sé cómo lo voy a hacer», la logística que parece imposible para poder llevar y recoger a tu hijo del cole sin tener que delegar en otras personas, porque esos son momentos que se atesoran para siempre y no duran tanto tiempo…

En realidad nada dura tanto y otra de las cosas que he aprendido es que «todo pasa» aunque parezca realmente imposible en el momento. Ni el parto que a veces aunque sean horas (o días), en realidad pasa volando. Ni los dolores y molestias físicas del posparto. Aunque tengas una primera semana muy mala, te inunde el cansancio y llegues a pensar si alguna vez serás capaz de dejar de estar tan cansada como lo estás en ese preciso momento. Tumbada en la cama del hospital, con tu camisón de hospital, las compresas posparto, enfermeros trayéndote pastillas para el dolor, el miedo a ir al baño, los loquios, los edemas, las compresas frías para reducir la inflamación, el caminar mientras te duele todo, las primeras noches sin dormir…

Las secuelas, cicatrices y la parte mental del posparto sí duran más. Y si duran mucho más y se complica, procura que que tu entorno más cercano esté concienciado para pedir ayuda por ti, porque a veces nosotras no nos damos cuenta y hace falta que nos echen una mano de forma externa. Pero que todo esto se pasa después de la cuarentena es la mayor mentira jamás contada. 40 días son muy pocos para estar recuperadas de todo lo que ha sucedido durante 40 (o más) semanas. Tardamos hasta dos años en volver a sentirnos las mismas, porque el cerebro de una persona gestante se modifica desde el embarazo. Aunque al cabo de esos dos años, yo creo que en realidad no volvemos a ser las mismas, principalmente porque todo ha cambiado. Simplemente lo que pasa es que aprendemos a aceptamos tal y como somos (otra vez). Aunque a veces es posible que pueda costar un poquito más. Por eso con las madres de menores de dos años debería haber un poquito más de comprensión. Con las madres en general, pero especialmente con las que tienen menores de esta edad en particular.

La cosita más pequeñita capaz de hacerme sentir el amor más grande

Durante esta época las madres entramos en lo que llaman «matrescencia», un término que yo desconocía hasta que inicié este camino, que me ha hecho entender a la perfección por qué me siento así. Cada día se está estudiando mejor cómo funciona el cerebro de las madres y spoiler: los cambios que sufrimos desde el embarazo dejan secuelas que duran incluso más de estos dos años. Esto no lo digo yo, lo dice la Dra. Susana Carmona en las investigaciones maravillosas que comparte en su perfil y en su libro Neuromaternal. El embarazo es uno de los periodos de mayor plasticidad cerebral en nuestra vida adulta y esto lógicamente deja muchas secuelas en nosotras, muchas de ellas duran para siempre. De hecho, lo que vivimos en este periodo es tan similar a lo que se vive en la adolescencia, que cuando se ha analizado el cerebro de una madre y el de un adolescente no han visto diferencias, de ahí el término matrescencia. Cuando empecé a leer sobre esto, me quedé totalmente fascinada, sobre todo por ser capaz de entender lo que me estaba pasando y cómo me estaba sintiendo.

Lo que también he aprendido en este periodo es que la forma en la que vivimos un embarazo, aunque especialmente el parto, tienen un impacto profundo en nuestra vida. El poder contar con un equipo que te cuide, respete y te deje libertad para tomar decisiones es crucial y en mi caso ha cobrado vital importancia en mi autoestima. No hay día que no recuerde mi parto, es una experiencia tan intensa que me acompaña en muchos momentos, sobre todo en los más difíciles cuando necesito un empujoncito extra. O por ejemplo, cuando me ha dado angustia estar metida en una resonancia magnética. Cuando estoy viviendo algún momento que no me gusta, me recuerdo a mí misma dando a luz de aquella manera tan salvaje y empoderadora que me ayuda a sacar fuerzas cuando siento que no las tengo. Y en el día a día cuando pasan cosas bonitas, especialmente con Julio, también vuelvo unos instantes a ese día a modo de flashback y me siento agradecida por todo lo que me ha llevado hasta aquí desde entonces.

Conociéndonos el uno al otro

En todo este tiempo he vivido momento más felices y otros más difíciles, pero en todos ellos, aunque hay muchos momentos en los que te sientes sola e incomprendida, sin duda alguna he tenido la gran suerte de poder contar con personas a mi lado, física y sobre todo virtualmente. Lo que me ha pasado con estas personas, principalmente mujeres, es que he podido contar con quienes creía que tan solo eran conocidas pero a día de hoy las puedo llamar amigas.

La maternidad es tan intensa que te hace conectar muchísimo con las que son también madres (o van a serlo), bien porque justo están pasando por lo mismo que tú o bien porque lo han vivido hace no mucho y ahí se genera una magia y un entendimiento que poca gente puede igualar. Las amigas madres, con las que te puedes tomar cafés o con las que no quedas tanto pero puedes hablar en cualquier momento son un sostén y una red invisible en la que todas nos ayudamos. Es la sororidad en su estado más puro. Son un «no te preocupes, lo estás haciendo bien» a las 3AM mientras ella está dando el pecho. Son un «te entiendo tanto, a mí también me pasó» cuando has llorado varias veces por lo mismo y te sientes incomprendida. Son un «aquí estoy, escríbeme cuando lo necesites» cuando te ves contestando mensajes de Whatsapp con días de retraso y un «no hay preguntas tontas, pídeme info sobre cualquier cosa que necesites saber» cuando estás aún embarazada.

A mí me han ayudado tanto que cuando me entero de que en mi entorno hay una mujer embarazada por primera vez, sea más amiga o sea aún solo conocida, inmediatamente me sale querer hablar con ella, como si tuviera que devolver un favor, aquel que me hicieron a mí en su día ayudándome a salir del bucle. Cuando en realidad es algo que sucede solo, con ese amor y cariño que te sale cuando quieres cuidar a alguien. Aunque la conozcas poco. Me sale innato, son unas ganas de ayudar y aportar que me remueven entera. Me pasaba algo similar cuando paseaba por la calle los primeros meses de baja y veía a mujeres con sus capazos. Notaba sus caras de agotamiento, sus «me he pintado un poco a ver si se me quita esta cara de no haber dormido». Al cruzarnos, a veces simplemente nos sonreíamos de madre a madre, en silencio y yo pensaba «I feel you». Pero en realidad me daban ganas de pararla y preguntar «qué tal te encuentras?» o simplemente recordarle «lo estás haciendo bien, lo estás haciendo lo mejor que puedes». Porque eso a veces necesitas escucharlo más de una vez.

Nuestras siestas eternas

Tengo la inmensa suerte de que Julio ha podido estar el primer año sin ir a la escuela infantil y no se ha puesto malito en su primer año de vida, más allá de alguna noche con unas décimas de fiebre cuando le hemos puesto vacunas nuevas. Desde que empezó la escuela empezó a encadenar varios virus, pasamos algún susto, en dos meses hemos tenido que ir a urgencias más veces de las que me gustaría y en esas visitas me he sentido muy mal. Primero por ver a mi hijo cansado, dormidito sobre mí y asustado o llorando durante el tiempo que pasábamos allí. Segundo porque me entra la culpa de la que hablaba antes.

Culpa por llevarlo a la escuela siendo tan pequeño, culpa por si no me he dado cuenta antes de que estaba malito y hemos llegado al médico ya con una infección avanzada, culpa por si él me ha intentado decir con sus ruidos y gestos que estaba malito y yo no he sabido entenderlo… Y en esas visitas me siento mala madre. Cuando el profesional me inspira confianza a veces expreso eso en consulta y la mayoría responden «no eres mala madre, lo estás haciendo lo mejor que puedes» o «deja la culpabilidad fuera, suerte tiene tu hijo de que ha podido pasar tanto tiempo contigo antes de ir a la escuela». Y entonces si llevo mascarilla a veces se me escapa una lágrima y si no la llevo, intento contenerla pero se me hace un nudo en la garganta. Porque que te digan eso cuando eres madre, estás en urgencias y tienes a tu hijo en bracitos porque no se encuentra bien, emociona. Mucho.

La maternidad tiene muchas luces y también muchas sombras. Te hace replantearte todo lo que antes conocías, te ves cambiando de opinión muchas veces y te remueve muchísimo por dentro. Pero en todas ellas, lo más importante es contar con el sostén suficiente para salir adelante. Y sobre todo te hace darte cuenta de que compensa, claro que compensa. Porque abrazar a tu hijo y que te de un beso en la mejilla lleno de babas antes de salir de casa es maravilloso. Que te diga adiós con la manita, su cara de alegría cuando te ve y corre hacia ti con los brazos en alto, cómo te pide que lo cojas en brazos, cómo se duerme sobre ti encontrando la calma y el calor que necesita para conciliar el sueño, su carita de ilusión al descubrir algo nuevo o al repetir una acción y que sucedan cosas por primera vez… Todo eso es maravilloso y pasa tan rápido que intentas atesorar cada vivencia con la mayor de tus fuerzas para intentar no olvidarla nunca.

¿Cómo era de bonita su tarta de cumpleaños? De Tabatha

Su primer cumpleaños te remueve, es melancolía pura, te hace llorar y estar emocionada y feliz el día entero, porque te das cuenta de todo lo que has logrado en este primer año como madre. Todos felicitan al bebé y alguno se acuerda de felicitar también a la madre. Ahí también lloras en ese abrazo en el que te dan la enhorabuena.Te hace vivir ese día de forma muy intensa, estás en un permanente flashback de todos los momentos vividos. Te acuerdas de ti misma dando a luz, de cómo sobreviviste al posparto, cómo luchaste tu lactancia, por donde empezaste a dar los primeros paseos, revives las noches sin dormir, los lloros de tu bebé sin saber aún qué necesitaba, sus baños en la bañerita que para él parecía casi una piscina olímpica, sus primeras veces siguiéndote con la mirada, levantando su cabecita haciendo tummy time, cuando rotó por primera vez, sus primeros trozos de brócoli, fresa o mango, sus caras oliendo cualquier especia nueva, los primeros gateos, sus primeras palabras sin que entienda aún para qué las usará, sus primeros pasos torpes, también sus primeras caídas o sus primeras veces necesitando cogerte la manita para sentirse seguro.

Todo eso es increíble y como madre, poder vivir todo eso significa que lo estás haciendo bien. Muy bien. Estás formando a una personita de la mejor forma que sabes y estás aprendiendo cada día a ser madre, la mejor madre para tu hijo y lo único que él necesita para saber siempre que llegó al mundo rodeado de amor y cariño formando parte de la familia que sois hoy y que seréis mañana. Con una mochila llena de recuerdos que le harán convertirse en el adulto que será en unos años. Porque tú eres la madre que él necesita para eso.

Y compensa, absolutamente sí, la maternidad lo compensa todo.

El día que nace un bebé nace también una familia

Siempre me había aterrado la idea de parir. Sin embargo, el día que me quedé embarazada, las hormonas empezaron a hacer su trabajo y durante 40+3 semanas, ese cóctel hormonal, todo lo que leí sobre el parto, cómo vencer el miedo, el mentalizarme sobre lo que iba a suceder, las herramientas que tendría para podría aliviar el dolor y el equipo médico que me acompañaría me han ayudado a superar ese miedo.

Quería un parto lo más natural posible, en un entorno que me hiciese sentir segura, alejada del clásico ambiente de hospital con luces blancas y una sala llena de médicos entrando y saliendo. Y así fue. Di a luz en una cálida habitación de color beige y morado, con las persianas bajadas, luz tenue, en silencio, pudiendo disfrutar de la bañera caliente o sentada en la silla de partos, acompañada de mi marido, mi matrona y ginecóloga. El equipo de Entuparto me transmitió siempre tanta confianza que sabía que pasara lo que pasara iba a estar muy bien acompañada.

El parto empezó en casa, con contracciones cada 10 minutos sobre las 3AM y el ritmo fue aumentando poco a poco durante la noche. Recuerdo que ese dolor se asemejaba a mis dolores de regla que siempre han sido para mí incapacitantes, por lo que me resultaba bastante familiar y tolerable, solo que con pausas en medio para poder descansar. Visualizaba el dolor como olas, notaba como aparecían, aumentaban poco a poco mientras me concentraba en respirar fuerte y profundo cuando estaba en el pico, hacía exhalaciones liberando el aire con sonido, pensando que esto iba a pasar, que enseguida volvería la calma y dejaba ir el dolor lentamente para volver a descansar. Dani estaba tumbado a mi lado, le cogía la mano, la apretaba muy fuerte en el pico de dolor y soltaba despacio cuando pasaba. Dice que solo por el sonido de mi respiración podía saber en qué momento de la contracción estaba yo.

Poco a poco la frecuencia de las contracciones fue aumentando y con ello también la intensidad. Llamamos a la matrona y nos dijo que aprovechase para darme una ducha y tratar de relajarme hasta que fuesen más seguidas. Pasaron un par de horas en las que las contracciones aumentaron de ritmo y fueron aún más regulares. El dolor también empezaba a ser muy fuerte y el cuerpo me pedía estar en la cama adoptando diferentes posturas entre contracción y contracción. Rompí aguas y el dolor se intensificó, incluso empecé a tener ganas de empujar pero sentía que era muy pronto y no me atrevía a hacerlo.

Salimos de casa, cogimos un coche y nos llevaron al hospital de madrugada. Eran ya las 6AM. Ingresé por urgencias y enseguida llegó Elena, mi matrona. Me hizo un tacto y aunque no había dejado de transmitirme calma, se le iluminó la mirada. Estaba con dilatación completa, había hecho en casa todo el trabajo y había llegado al hospital de 10cms. Sin embargo, también me dijo que el bebé venía de cara, que le había podido tocar los ojitos y que eso iba a dificultar un poco la fase del expulsivo porque ocupa más espacio que si viniese de cabeza. Íbamos a estar muy pendientes durante todo el expulsivo de las constantes vitales del bebé, asegurando que no se producía sufrimiento fetal ya que a la mínima que le bajara el ritmo del latido del bebé habría que plantearse una cesárea.

En ese momento mi sensación fue de felicidad por haber podido llegar con dilatación completa sin sospecharlo lo más mínimo. Las contracciones me dolían pero llegaban incluso a ser soportables para mí. Pero también sentí algo de preocupación al tener que mantener de forma latente la idea de una cesárea, aunque confiaba tanto en mi equipo médico que me dijeron que iba a poder estar acompañada por Dani y que sería una cesárea totalmente humanizada, con su piel con piel inmediato, el corte del cordón por parte de mi marido, en un ambiente lo más íntimo y tranquilo posible…

En urgencias me puse el camisón de hospital y fuimos a la habitación de la unidad de Parto Natural. Llenamos la bañera y me metí para relajar el cuerpo y comenzar directamente con la fase de expulsivo. El agua caliente me aliviaba muchísimo y ayudaba a tolerar aún mejor las contracciones. No recuerdo cuánto tiempo estuve ahí dentro pero recuerdo poder adoptar la postura que mejor le venía a mi cuerpo. Dani se sentó en un taburete a mi lado y me daba la mano. De repente, Elena me preguntó si quería empujar y le dije que sí, pero que no quería empujar sin que ella estuviese cerca, así que se quedó conmigo dándome ánimo y guiándome en las contracciones. Aquí descubrí que el dolor no implica sufrimiento sino todo lo contrario, me daba fuerza para empujar más fuerte. No usé epidural, ni me acordé de ella en todo el parto, tampoco necesité pedir óxido nitroso ni ningún tipo de analgesia más que el agua caliente de la bañera. Así que podía sentirlo todo y era consciente de todo lo que iba pasando. Estaba tranquila y escuchando a mi cuerpo me fui dejando llevar. Empecé a empujar con intensidad, sacando de mí toda la fuerza que jamás pensé que tendría. Creo que pasaron algunas horas pero para mí fueron incluso minutos.

En algún momento de esas horas llegó también María, mi ginecóloga y junto a Elena estuvieron conmigo aportando calma entre contracción y contracción. Dani me sujetaba el pelo y hacía caricias en la espalda y cuello para relajarme entre contracciones. Todo iba bien, aunque los últimos pujos en el agua eran más suaves que los primeros y nos preocupaba que se alargara demasiado. Hasta entonces no sabíamos aún si sería parto vaginal o cesárea pero sí me dijeron que era mejor salir del agua por si se complicaba y teníamos que irnos rápidamente a quirófano. Así que salí del agua y creo que al ver que en el agua me aliviaba estar en posición de cuclillas, me dijeron que podía usar la silla de partos donde adopté una postura similar. Detrás de mí a modo de respaldo estaban las piernas de Dani, que podía sujetarme con fuerza en las contracciones y acariciarme en las pausas.

Seguí empujando con todas mis fuerzas en esa posición, con mis manos sobre las rodillas para coger más impulso. María y Elena estaban sentadas delante de mí y estuvieron muy pendientes de cómo avanzaba, sin parar de darme ánimo para que siguiese empujando, recordándome cuándo debía coger aire y hacer una segunda exhalación. En las pausas, buscaba la calma en sus miradas y silencio, cuando venía la ola avisaba y ellas seguían con palabras de ánimo que me daban muchísima fuerza. No sé cuándo tiempo pasé así pero de pronto, me dijeron que empezaba a asomar la cabecita del bebé. Lo veían en un espejo y me preguntaban si quería mirar, pero aún no me atrevía. Nos quedaba todavía un largo rato por delante pero entendí que ya estábamos cerca. Saber que estaba asomando me dio mucha energía y seguí empujando y respirando muy fuerte en cada contracción, avisaba de que venía el dolor, buscando el apoyo total y lo encontraba. Poco a poco fui mirando el espejo y empecé a ser consciente de que quedaba poco.

Llegamos al aro de fuego, ese momento en el que el bebé corona, tiene la cabeza a punto de salir y notas que te arde la zona. Había leído mucho sobre este momento, en el que muchas veces te entra pánico atroz a partirte en dos y a veces quieres rendirte, por lo que era tan consciente de que esta era de verdad la fase final que cuando no sabía de dónde sacaría tantas fuerzas, hice un último esfuerzo e inmediatamente después me dijeron si quería terminar de sacar al bebé, cogerlo y ponérmelo en el pecho. La felicidad en ese momento fue tan intensa que saqué toda la fuerza que me quedaba y segundos después me dijeron que ya podía coger yo misma a mi bebé en brazos.

No podía creerme lo que estaba viviendo, pero fue un regalo que mi matrona y gine me dejaran terminar el expulsivo de una forma así. Fue una emoción muy intensa, el mundo se paró por completo en ese momento. Ellas confiaron en mi cuerpo, me dieron todo el tiempo necesario para poder vivir un parto natural y finalmente lo conseguimos. Ellas, el bebé, Dani y yo. Cuatro horas después, a las 10:50 de la mañana del 11 de febrero, pude sentir inmediatamente el calor de su pequeño cuerpo sobre mi pecho, noté sobre mi tripa el cordón umbilical que nos había mantenido unidos todos estos meses, estaba mojado, le toqué la espalda llena de vérnix, sujeté su cabecita con muchísimo cuidado y él abrió los ojos para mirarme por primera vez. Nuestra primera vez juntos al otro lado de la piel.

Mientras tenía a mi bebé en brazos, pasé a tumbarme en la camilla y minutos después me pidieron que no empujase más. En ese momento fue el alumbramiento y me dieron puntos mientras me explicaban cómo era la placenta y el cordón umbilical que pudo cortar Dani. El útero empezó a contraerse con oxitocina y masajes en el vientre y en un ambiente totalmente relajado, con las luces aún bajas fui recuperando la calma, el aliento y siendo consciente de que nuestro bebé ya estaba aquí con nosotros, haciendo piel con piel sobre mi pecho.

Al acabar la intervención y comprobar que todo estaba bien, nos dejaron solos, en ese tiempo sagrado en los que bebé y papás se conocen por primera vez. No puedo describir con palabras lo que una siente en esos momentos, pero solo recuerdo que la felicidad te inunda, los ojos de tu bebé te atrapan, sus manitas sujetando tu dedo te emocionan y su cuerpo respirando sobre el tuyo te relajan. Dani seguía a mi lado, en silencio, dedicándole sus primeras palabras a nuestro hijo y empezó a llorar. Aunque yo seguía en shock por todo lo vivido, estaba muy emocionada por verle así por primera vez.. Nos miramos por primera vez como papá y mamá, miramos a nuestro hijo y nos besamos aliviados, ya con Julio en brazos.

“En el mundo genial de las cosas que dices…” ♫

Y entonces me casé. Ese día desapareció todo el caos que llevábamos viviendo en estos últimos dos años. Ese día fue uno de los más felices de mi vida, ese tan soñado que había preparado con tantísimo amor y cariño durante tanto tiempo. Ese en el que te tienes que pellizcar para saber si lo que estás viviendo está sucediendo de verdad o es solo un sueño.

El 30 de octubre amaneció un día de tormenta, llevábamos muchas semanas de sol, calorcito y la lluvia quiso ser una invitada más al convite. Y vino pisando fuerte porque esa misma mañana nos hizo cambiar todos los planes de localizaciones de donde sería la celebración. Pero en medio de ese caos del que me apartaron para no agobiarme, me dicen que no perdí la sonrisa. No me dejaron salir de la habitación, en la que sonaba una playlist de canciones de amor maravillosas que me preparó mi madre para esas horas previas. No salí de allí en toda la mañana, querían mantener mi secreto mejor guardado, con lo que odio guardar sorpresas. Llevaba dos años guardando el secreto del vestido y después de tanto tiempo tan solo quedaban unas horas para que todos lo vieran. Recuerdo que me estaba maquillando y se me hacía un nudo en la garganta al pensar en el momento de cruzar el pasillo al ritmo de la música del brazo de mi padre para por fin ver a Dani esperándome mientras temblábamos.

Foto de Marta de MGBeauty

Empezó la ceremonia, escuché la canción de Dani cuando entró con su madre. Yo estaba cerca pero no me veía nadie porque estaba escondida con mi padre. Él tenía un pañuelo con el que me limpiaba las lágrimas de los nervios y me cogía fuerte para que no me derrumbara del temblor. Y entonces sonó mi canción, estaba atacada y me moría por ver a Dani. Entramos y vi a todo el mundo mirándome y ahí me dio un vuelco el corazón. Es una sensación que se graba a fuego en tu cabeza. Temblaba y miraba a mi marido. Él es paz, es calma y por muchos nervios que hubiese, en ese momento en el que estaba sonriéndome, se secaba las lágrimas mientras me veía entrar y yo no podía ser más feliz. Al vernos, el mundo se paró y empezó todo lo que habíamos soñado. Nuestra boda. Llegué a Dani cuando mi canción favorita de Maldita Nerea en su versión sinfónica decía “Que la vida es mejor con palabras de suerte, cómo diablos se puede quererte tan fuerte”. Y es que a veces no puedes hablar de la emoción pero como pasa en las películas, la música habla por ti.

El mejor amigo de Dani tomó el micrófono y nos dedicó las palabras perfectas para terminar de calmarnos. Todo estaba saliendo bien y no podía creerlo. Para simbolizar la ceremonia hicimos nuestra propia versión de la que se suele hacer con arena, pero con cerveza, ya que nuestra historia comenzó por una apuesta en nuestra cervecería favorita. La idea fue juntar dos cervezas distintas en un mismo vaso para que no se puedan separar pero donde se vea que son distintas. Esto se nos ocurrió en un viaje que hicimos a Praga donde vimos que toman řezané pivo, una mezcla de dos cervezas (rubia y oscura) que se bebe de un mismo vaso. Para ello usamos una de trigo, nuestra favorita de Berlín, Lemke y una Pale Ale, Chula, en honor al nombre de nuestra gatita. Dani leyó sus votos y a mí se me saltaron las lágrimas. Yo leí los míos y él volvió a emocionarse. Después habló mi padre, porque él nunca lee, aunque esta vez sé que lo hizo de reojo. Estaba nervioso aunque él diga que no. Pero es que no todos los días se casa su única hija. Mi cuñado hizo un monólogo divertidísimo y no pudimos parar de reír. También leyeron mis mejores amigas que llevaban tiempo preparando sus discursos y que se morían de los nervios y ahí nos volvimos a emocionar rememorando viejos tiempos. Fue una ceremonia preciosa, todos lloramos, estuvo llena de amor y de verdad.

Al acabar todas las lecturas empezó a sonar Fantastic Shine de Love of Lesbian y con esa canción empezamos a caminar mientras todos nos tiraban pétalos de rosa y lavanda seca. Y entonces empezamos a saltar y a bailar por el pasillo. Por fin habíamos hecho la ceremonia de nuestra boda, después de tanto planificarla, estaba sucediendo de verdad. Brindamos y le di un beso a Dani. Luego me abracé a mi madre, estaba feliz, muy muy feliz. Después empezaron a acercarse todos a felicitarnos y a darnos la enhorabuena por la ceremonia, nos dijeron que había sido muy emocionante y que muchos no pararon de soltar lagrimita.

Lisola Fotografía

Enseguida empezó el cóctel y mientras todos comían, Dani y yo aprovechamos que la lluvia nos dio tregua para poder hacernos nuestras primeras fotos a solas. Aprovechamos para poder hablar de todo lo que había pasado esa mañana durante los preparativos en los que estuve en la habitación sin salir y comentamos los mejores momentos de la ceremonia. También aprovechamos para ensayar nuestro primer baile, como habíamos hecho dos noches antes de madrugada con una sábana atada a mi cintura para imitar el vestido, pero esta vez de verdad, ya con el de novia puesto.

Después de ese ratito a solas con los fotógrafos y el equipo de vídeo fuimos al cóctel, al que entramos bailando con El Dormilón de Iván Ferreiro y por fin pude acercarme a mis mejores amigas para hablar con ellas, las que habían aguantado todo este tiempo de incertidumbre conmigo sin perder ni una pizca de ilusión. Soy la primera que se casa y después de tantos años juntas no podía sentirme más afortunada de poder estar con ellas en un día como este. Además estuvieron super preocupadas todo el tiempo de que no me faltase comida o bebida en toda la boda, aunque de los nervios comí muy poquito y por si acaso solo quise beber agua con una rodaja de limón. Y un zumo de tomate para recargar vitaminas. Despertar al día siguiente sin una pizca de dolor de cabeza fue maravilloso.

La mesa principal fue una italiana en la que nos sentamos con todos nuestros amigos. Las naranjas del seating plan las hicimos Dani y yo.

Llegó el momento de sentarnos a comer en la mesa estilo italiana con la que soñaba. En ella estaban nuestros amigos más íntimos con un camino de mesa maravilloso. Entramos en el salón Dani y yo riendo, bailando y saltando mientras sonaba “No me faltes nunca, yo tengo derecho a ser feliz, no te vayas lejos, lejos es muy lejos para mí” de los Fresones Rebeldes. El salón estaba espectacular, los centros de mesa llenos de flores, plantas, calabazas, granadas y piñas otoñales. Todos desde sus mesas sonreían, aplaudían y movían los lazos blancos y verdes que habíamos dejado colocados la noche anterior. Fue un momento maravilloso. Al llegar a la mesa Dani dijo unas palabras de agradecimiento para todos los asistentes, equipo de profesionales y padres que nos volvieron a emocionar, así que en cuanto teníamos todos vino en las copas, brindamos todos juntos. Después del primer plato, un tartar de tomate y aguacate con ajoblanco que llevaba un toque de leche de coco, mi madre habló también donde puso en valor lo que es la amistad y lo que significa tener una familia elegida en la vida:

Los amigos son la mejor familia que uno puede tener, porque los eliges tú y ellos a ti, de la misma manera que una pareja se encuentra y se eligen para toda la vida, pero más fácil, porque los malos ratos se pasan más rápido cuando no ponéis lavadoras juntos.

Volvimos a llorar. También habló mi suegro y nos emocionamos de nuevo porque siempre es muy emocionante que hablen bien de tu marido porque son sus padres pero también hace un nudo en la garganta que hablen bien de ti, de tus padres y que te hagan sentirte tan cuidada y querida. Tan familia.

[…] puedo decir sin ninguna duda que soy afortunado, vuelvo a decir que esta vida es maravillosa y que sin duda la volvería a vivir una y mil veces…, gracias a vosotros.

Lisola Fotografía

El plato principal fue pintada rellena de setas y foie y aunque casi no pude probarla porque del nervio me había llenado con lo poco que comí del cóctel (maravilloso), aún recuerdo de la prueba del menú que estaba espectacular (¡incluso vi a gente repitiendo!) Poco a poco fuimos llegando al postre, una tarta árabe mitad de dulce de leche y mitad de crema, a los cafés con sus petit fours y entonces llegaron otros dos momentos muy especiales. Le dediqué unas palabras a mi madre para entregarle mi ramo de novia mientras sonaba su canción favorita, “Secret of life” de Faith Hill con la que acabamos llorando juntas. Después de ese momento volví a coger el micrófono y le dediqué unas palabras improvisadas a mi padre, pidiéndole si me podía ofrecer un primer baile juntos con la que ha sido siempre nuestra canción. Se Fue, de Laura Pausini empezó a sonar como tantas otras veces cuando estamos juntos y nos agarramos de la mano, pero esta vez era mi boda y después de bailarla tantas veces durante tantísimos años, soñando los dos con ese momento sin un saberlo, por fin lo hicimos realidad. Bailamos pegados, abrazados casi a punto de llorar y a mitad de canción cuando cambia el ritmo y se hace más movida, nos salió del corazón marcarnos unas cuantas vueltas sorprendiendo a todo el salón. Fue totalmente improvisado e inesperado, como pasa con todas las cosas bonitas de la vida.

Justo al terminar el baile empezamos a entregar los detalles a amigos, el de “Sois los siguientes” a una pareja a la que adoramos y que nos hace inmensamente felices que por fin se vayan a casar. A mis mejores amigas les preparé un pack beauty para que pudieran tener un plan de mimitos a la mañana siguiente y al resto de invitados les hicimos unas notas personalizadas en las que dedicamos unas palabras con los recuerdos más especiales que teníamos con cada uno de ellos. Fue una sorpresa que preparamos con amor infinito y todos estaban entusiasmados con el detalle. Pensaban que la nota llevaría una frase igual para todos y se sorprendieron al ver que eran todas diferentes. En cuanto terminó el banquete el sol se estaba poniendo y antes del anochecer nos escapamos a hacer unas últimas fotos a solas. Nos fuimos a los viñedos de la finca y bodega El Regajal, un lugar mágico para casarse, y como la tierra estaba muy húmeda, cambié mis tacones por unas botas de agua y me lancé a caminar por el medio del barro con el vestido completamente remangado. Solo por las fotos que nos han pasado como adelanto sé que mereció totalmente la pena el cambio de calzado.

Dani y yo estábamos solos otra vez, así que por fin podíamos seguir comentando todo lo que estábamos viviendo pero también aprovechamos para volver a practicar el baile, quedaban unos minutos para enseñárselo a todo el mundo. Volví a ponerme mis zapatos de novia y entramos en la pista de baile. Las luces de ambiente se apagaron quedando solo los focos de luz de colores y se hizo el silencio. Dani y yo nos miramos y empezamos a caminar despacio para juntarnos en el centro de la pista. Empezó a sonar la música, una versión acústica y lenta de Berlín interpretada por Rozalén. Es una canción que descubrimos por casualidad y que al escucharla por primera vez no podíamos parar de sonreír porque era completamente nosotros. Bailamos pegados y dimos esas vueltas lentas que tanto habíamos practicado. Era un baile sencillo y estábamos nerviosos, pero en esos minutos se me olvidó donde estábamos, solo podía mirarle a él mientras me dejaba llevar por sus indicaciones en secreto de cuándo vendría el siguiente giro. Era feliz, maravillosamente feliz. Por fin estaba pasando todo esto y yo no quería estar en otro sitio en el mundo que no fueran sus brazos. Giramos, bailamos, sonreímos, nos rozamos y nos besamos. Después de rendir homenaje a toda nuestra historia juntos, como dice la canción que hicimos tan nuestra, “Tuvo que ser aquí, en ciudad Berlin”, nos abrazamos felices y le limpié a Dani la boca de mi pintalabios rojo.

Lisola Fotografía

Con nuestro beso final acabó nuestra canción y enseguida él sacó a mi madre a bailar y yo hice lo mismo con mi suegro. Después se fueron animando todos los demás y ya empezamos la discoteca donde lo dimos todo bailando y saltando hasta que los pies no pudieron más. Disfrutamos como nunca, nuestra tan esperada fiesta fue maravillosa y ver a todos tan felices juntos nos llenaba de emoción. Inmortalizamos esos momentos haciendo mil fotos y vídeos, comimos helados, chuches, brownie, migas con huevo de recena… No sé de donde saqué tanta energía para bailar porque llevaba casi todo el día casi en ayunas de los nervios, pero sé que lo dimos todo con toda la emoción acumulada.

Será un tópico decir que el día de tu boda es uno de los más felices de tu vida, pero cómo no va a serlo cuando en un evento tan especial que has organizado durante dos años y medio te ves rodeada de tanta gente que te quiere y que es capaz de venir desde cualquier parte del mundo por ti. Que estando en el mejor o peor momento de su vida, ese día lo para todo para venir a verte y vivir contigo esa emoción. Que te confirma que estará contigo ese día incluso un año antes, que cuando tienes que posponer la boda un año más tarde te vuelve a confirmar y sabes que no te fallará incluso sin tener fecha definitiva. Que mantiene contigo la ilusión y te mandan mensajes positivos para mantenerte arriba cuando estás completamente derrumbado. Toda esa gente estuvo con nosotros en la boda, no dudamos nunca que vendrían y estaban enormemente felices por estar a nuestro lado. Y nosotros no podíamos sentir más orgullo y agradecimiento por estar rodeados de los que de verdad nos quieren y son importantes en nuestra vida. Te sientes tan querido que los días posteriores solo puedes tener resaca de felicidad. Y entonces empiezan a mandarte fotos, vídeos y tú empiezas a rememorar todo lo que ha pasado. Y solo quieres gritar de felicidad por dentro por todo lo que ha pasado y todo lo que has vivido en este tiempo.

Son tiempos raros, muy raros, pero el amor no ha cambiado nada. Porque al final lo más importante es haber podido llegar hasta aquí con los que de verdad importan. Y lo que sientes con los que están contigo viviendo ese día a tu lado, haga sol, llueva o truene es lo que recordarás siempre.

Detalles sobre el look: Mi vestido de Pronovias Atelier era único, ya que el patrón no existe, se hizo de cero a partir de dos vestidos de novia distintos que decidimos fusionar en uno solo. En cuanto tuvimos que retrasar la fecha de la boda a un año más tarde, estuve buscando opciones para no pasar frío en la boda y no fue hasta unos días antes de la prueba final cuando encontré el complemento perfecto, una prenda de abrigo de Max Mara que no podía quedar más ideal. Mis zapatos verdes fueron de JustEne ya que me enamoré desde el día uno de todos sus diseños y de todas las opciones de personalización posibles. Las alpargatas que usé para cambiarme durante el baile fueron de Lisa López y fueron súper cómodas. Mi tocado maravilloso en verdes y plateados que quedaba perfecto con cualquier tipo de peinado lo hizo Isa de El Taller de Bagatela también personalizado hasta el más mínimo detalle. Para maquillaje y peluquería confié en Marta de MGBeauty y para ello elegimos un peinado desmontable que empezase con una coleta de burbujas, después pasaría a ser coleta y terminaría la noche con el pelo semirecogido. Para el maquillaje usamos colores cálidos y otoñales marcando el ojo y el pómulo, empezando el día con un labial rosa que para la noche cambiaría por un rojo. El ramo de Búcaro (al igual que los centros de mesa) llevaba dos tipos de dalias, crisantemo, rosa inglesa, rosa ramificada y eucalipto. Al ramo le puse un lazo de terciopelo verde con una chapa de plata mandé grabar donde ponía «Como hoy siempre» y la fecha de nuestra boda. El toque azul lo llevé en los pendientes largos de topacio y amatista de Suarez. El algo prestado lo llevé en una pulsera de brillantes de mi abuela y el algo viejo lo llevaba en el otro brazo con la pulsera de pedida de mi bisabuela.

Los sueños se hacen realidad

Había soñado durante muchos años con estar en un lugar rodeada de kilómetros de nieve. Donde no hubiese nada más que hacer que ver, pasear y admirar el paisaje blanco. Había visto muchísimas fotos, reportajes de blogs de viajes y había fantaseado con ello muchas veces. Pero nunca había pensado que la realidad superaría aún más todas mis expectativas.

Mi novio me había regalado por navidad un viaje a Helsinki y me dijo que iríamos a un pueblecito cercano donde habría nieve y montaríamos en trineo tirado por huskys. Me hizo muchísima ilusión y rápidamente me enganché a una cámara 24h de ese pueblecito para ver la cantidad de nieve que había. Como era un lugar muy remoto la única cámara que encontré daba a una autopista. Pero ahí que estuve haciendo F5 todos los días durante tres meses. Las semanas previas la nieve estaba prácticamente derretida y la previsión del tiempo daba temperaturas altas (4ºC de media). Ahí me desilusioné un poco pensando que no vería ni una pizca de nieve. Le dije a Dani que preguntase en el hotel si íbamos a poder hacer la excursión con los perros y me dijo que había dos noticias, una buena y una mala. La mala: que no había suficiente nieve. La buena: que por lo menos te dejaban ir al refugio y jugar con los perros.

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Aterrizando en Helsinki

Me hice a la idea totalmente de que era imposible que viese nieve. Cuando viví en Berlín me fui con la ilusión de ver nevar, de alucinar con los lagos y ríos helados y la gente patinando sobre ellos, pero no vi ni un triste copo. Viajamos a un pueblecito cercano un fin de semana de diciembre y allí tampoco había nieve. Nos fuimos a vivir a Barcelona, pero enseguida llegó el buen tiempo y no daba como para irnos a la montaña a ver nieve. De ahí volvimos a Madrid y lo más cerca que estuve de la nieve fue en una excursión que hicimos a La Granja un noviembre donde había algunos puntos con nieve acumulada y hielo de color ya marrón muy sucio. Ahora nos íbamos a Helsinki y tras ver las previsiones del tiempo, me convencí de que el mundo me había castigado para no ver nieve jamás.

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Aterrizando en Ivalo

Hasta que llegamos a Helsinki. Durante el aterrizaje me puse contentísima al ver desde el avión que había terrenos llenos de nieve y me dije que muy mala suerte tendríamos si justo en el pueblito al que íbamos, no iba a haber ni una gota. Al salir del avión Dani empezó a caminar por la terminal, saltándose las salidas por las que estaba convencida de que iríamos para coger un taxi. Me decía que le siguiese y yo diciéndole que si no había visto la puerta o la señal de EXIT, que era por el otro lado. Hasta que se paró y me dijo: «Aquí, ya estamos, ahora siéntate». Estábamos sentados delante de otra puerta de embarque con destino a un pueblo del que no había oído hablar jamás. Entonces fue cuando me dijo: «¡Sorpresa! Te llevo a la nieve, a Laponia, más allá del Círculo Polar Ártico». No me dejó buscar fotos del destino, solo me dijo que lo pusiera en el mapa para ver lo arriba que estaríamos y que me hiciese a la idea. Me prometió que veríamos nieve. Y vaya si la vimos…

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Pista de aterrizaje en Ivalo

Desde el avión, nada más atravesar la capa espesa de nubes, apareció bajo nosotros un paisaje increíblemente blanco. Hectáreas de color blanco, millones de bosques y lagos inmensos congelados, además empezaba a atardecer… Ahí mi alegría empezó a aumentar exponencialmente y al aterrizar en Ivalo la pista estaba en medio de la nada, solo había colinas de nieve y más bosques. Bajamos del avión por las escaleras y todos empezamos a hacer fotos. Era el único avión del aeropuerto más minúsculo en el que habíamos estado. Salimos rápidamente de las cintas de equipaje facturado ya que solo llevábamos dos maletas de mano. Esperando solo había señores y conductores de los transfers a los distintos hoteles. Nuestro hotel era el que sale en los artículos donde hablan de los mejores sitios para ver auroras boreales, artículos de los hoteles más originales donde debes dormir al menos una vez en la vida, etc. Era uno de los famosos hoteles con cúpulas que salen en tantas fotos, el Kakslauttanen Artic Resort.

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Habitaciones igloo

Con el transfer llegamos al hotel en media hora – cuarenta minutos aprox y el paisaje nos dejó boquiabiertos. De verdad, es increíble. Llegamos al hotel a las 19:30 y el restaurante cerraba en media hora, así que nos sentamos para cenar antes de ir a la habitación. Sopa calentita de salmón y eneldo de primero y un plato de carne de reno con puré de patata y arándanos de segundo. La carne de reno sabe parecido a las carrilleras, creía que sería un sabor más extraño, pero era bastante familiar. De postre tomamos una especie de crema de nata con canela, dados de queso y frutos rojos. No sé cómo se llama pero estaba cremosísimo y buenísimo. Teníamos muchas ganas de probar la comida local y nos encantó. Igualmente, también había opciones vegetarianas.

Terminamos de cenar y nos indicaron cómo llegar a la habitación. La entrada estaba llena de trineos para desplazarte por la villa y llevar las maletas, así que eso hicimos. Preguntamos de nuevo cómo llegar porque estaba todo oscuro y aún no nos habíamos familiarizado con el sitio y de repente oímos a la gente exclamar sorprendidos mirando al cielo. Aparecieron las auroras boreales. Dani y yo nos miramos sin poder creerlo y ahí estaban, el cielo completamente oscuro, lleno de estrellas y reflejos verdes asomando en el horizonte. Nos quedamos allí parados, viendo el espectáculo sintiendo muchísima emoción por dentro. A los pocos minutos las auroras se fueron y entonces seguimos caminando a la habitación. Llegamos al igloo y dejamos las maletas, nos sacamos los abrigos y botas de nieve, vimos que había un aparato que era un detector de auroras, apagamos la luz y al tumbarnos en la cama veíamos el cielo perfectamente. El cacharro empezó a pitar como loco y ahí estábamos, tumbados en la cama, mirando al cielo y viendo auroras boreales. No podíamos creerlo. Al cabo de un rato nos pusimos el pijama y caímos rendidos mirando al cielo.

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Aurora boreal desde la habitación

A la mañana siguiente, amaneció a las 5AM, aunque desde las 4AM ya se empieza a ver luz. A mí me gusta dormir con la persiana subida, así que estaba acostumbrada a dormir unas horas más o despertarme con la luz natural. Si eres de dormir con las persianas bajadas del todo, no te olvides de traer un antifaz. Habría seguido durmiendo más pero no podía contener la emoción y como me desperté antes que él, empecé a dar vueltas en la habitación como una niña pequeña para despertarle, estaba como loca por salir a pasear por la nieve y descubrir donde estábamos, ya que por la noche se veía muy poco.

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Nuestra habitación igloo por la mañana

No podía parar de admirar el paisaje, desayunamos al lado de la ventana y enseguida nos fuimos a hacer la primera actividad del día, montar en trineo con huskys. Nos recogió el transfer del hotel y nos llevaron al refugio. Allí te dan un mono de esquiar, botas, guantes y gorros de pelo. Nos explicaron cómo se manejaba el trineo, cómo frenar y cómo ayudar a los perros cuando hay que subir una cuesta. Llegamos a los trineos, nos subimos y en cuanto te sueltan la cuerda que sujeta el trineo, sales corriendo disparado tirado por los huskys. Es increíble la velocidad que alcanzan y las ganas locas que tienen de correr. De hecho cuando están parados están ladrando y suplicando que empiece ya la carrera. El manejo es mucho más sencillo de lo que creía. Simplemente tienes una barra que puedes pisar con un par de ganchos que se clavan en la nieve y así se frena. Para correr, no tienes que hacer nada más que mantener el equilibrio mientras vas de pie.

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Paseo en trineo con huskys

Da mucha impresión pero enseguida se le coge el truco. Y si eres miedica como yo, puedes ir pisando a ratitos el gancho para que los perros no vayan tan rápido. 20 mins de trineo, pausa en un tipi para tomar un té caliente y al que iba tumbado le toca conducir. Llegamos al refugio de nuevo y tras bajarnos del trineo, nos dejaron pasear por allí y jugar con el resto de perros. Hasta que de pronto aparecieron con tres cachorritos de huskys y ahí se nos paró el corazón. El amor que derrochan, los mimos  de estos perritos y el calor que emanaba de sus cuerpecitos regordetes era increíble.

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Husky bebé

Tras quitarnos todo el equipo de nieve, volvimos a la villa y nos volvimos a vestir para ir a pasear por el complejo del hotel. En mi cabeza no paraba de sonar la canción «Hazme un muñeco de nieve» de Frozen. Caminamos tres o cuatro horas por los alrededores, subimos al mirador, vimos la galería de arte y la tienda llena de artículos de diseño finlandés, volvimos a salir a pasear y caminar por las casitas de Papá Noel y los elfos, fuimos a la granja de renos que tiene el hotel, nos acercamos a los establos de caballos, nos tiramos en trineo por las colinas, hicimos un muñeco de nieve, dibujamos cosas en la nieve, nos tiramos bolas de nieve, tiramos bolas de nieve también al hielo del río congelado para ver si se rompía… Y repetimos incontables veces la palabra «increíble».

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Alrededores del hotel

De verdad, intentaba darle forma y articular las palabras correctas que describieran a la perfección la inmensa felicidad que sentía y sabía que me quedaba corta. Pero para mí, este había sido de los mejores días de mi vida, donde lo único que era capaz de sentir era la felicidad en el estado más puro que había sentido jamás, asombrada por la increíble belleza del lugar, en medio de la nada. Podías caminar durante horas y no te cruzabas con nadie, pasear completamente solos, con el sonido de los pájaros, en plena paz y solo escuchando el sonido del hielo y la nieve romperse bajo tus pies. Y con ese cóctel de ingredientes que hacían aún más posible esa felicidad, estaba allí con Dani. No podía pedirle más a la vida. Se me olvidaron todos los problemas, preocupaciones, ansiedad y agobios que me suelen rondar en la cabeza. Todo lo malo desapareció por completo, no existía y si formaba parte de mí, estaba lo más alejado posible. Nunca había sido capaz de alejarme tanto de esos sentimientos ni me había visto completamente rodeada de tantas cosas bonitas a la vez.

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Kilómetros de bosques nevados

Esa noche cenamos pronto y nos volvimos a abrigar para salir a dar un paseo en trineo con los renos. En medio de la oscuridad de la noche, los renos empezaron a caminar lentamente y nos llevaron a otro tipi donde nos contaron historias de los samis mientras tomamos té. Este paseo se suele hacer para ver las auroras boreales pero la noche estaba totalmente cubierta y no se veían ni las estrellas, pero fue mágico estar de nuevo rodeados de kilómetros de nieve y bosque oscuro. Antes de salir te dejan pasar por un vestuario para coger un mono de nieve, botas, gorro, guantes y hay barra libre de mantitas para ponerte cómodo y calentito en el trineo. Todo esto se devuelve al llegar de nuevo al hotel y ya puedes volverte a la habitación.

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Reno preparado para dar un paseo en trineo

Nos pusimos el pijama y caímos rendidos en la cama. Hasta que Dani se despertó porque tenía calor y de repente se encontró con una aurora boreal en el cielo. Rápidamente me despertó y yo que estaba profundamente dormida y no veía nada sin gafas no entendía aún qué estaba pasando. Me puse las gafas y ahí estaban las luces verdes otra vez en el horizonte. Empezamos a hacer fotos con el móvil, ya que como este viaje había sido sorpresa, por mucho que llevase la reflex no tenía el trípode. Así que con la cámara del móvil en modo nocturno sacamos las mejores fotos que pudimos. Y con la felicidad inmensa de haber podido ver auroras boreales en nuestra segunda y última noche en Laponia, nos volvimos a dormir.

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Aurora boreal desde la habitación

A la mañana siguiente, con la pena de tener que volver a la civilización, amanecí a las 4:30, vi salir el sol, vi como empezaba a jugar con los reflejos de la nieve, los colores ocres de las nubes… Creía que era muy valiente por estar despierta a esas horas, pero a través del cristal de nuestro igloo vi que ya había una mujer asiática paseando por allí… Nuestro vuelo salía a las 9:50AM así que tuvimos que dejar la habitación pronto para ir al lobby, hacer el checkout, tomarnos el desayuno take-away que nos habían preparado y coger el transfer de nuevo al aeropuerto. En el lobby sonaba la canción Your song de Elton John y con una mezcla de alegría por lo que habíamos vivido y pena por tener que irnos, se me empezó a hacer un nudo en la garganta. Cogimos el coche y con los nervios por estar emocionada, no podía hablar y me puse a grabar el trayecto de vuelta en silencio mientras conducíamos por la nieve. No quería irme.

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Mirador

Llegamos al aeropuerto, pasamos seguridad y ya para embarcar volvimos a salir a la pista, subimos las escaleras y con la emoción a flor de piel, respiré el aire frío del Círculo Polar Ártico por última vez. En el momento del despegue seguía tan emocionada, que el nudo en la garganta me apretaba a más no poder, así que cogí los cascos, me puse la canción de Elton John y mientras veía el paisaje nevado desde la ventanilla del avión empecé a llorar sin parar. De felicidad por lo que habíamos vivido, de tristeza por tener que volver, de pura emoción por el cúmulo de sensaciones de este viaje, por haber sido capaces de cumplir un sueño, o más bien dos, estar en un lugar lleno de nieve como este y el haber visto auroras boreales.

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«Hazme un muñeco de nieve…» ♫ ♫ ♫

Aterrizamos en Helsinki 1h:40 después y cogimos el taxi al centro (tarifa fija alrededor de los 30-40€). Llegamos al hotel y como este hotel lo habíamos reservado juntos, tenía una idea de cómo era, pero no fue hasta que llegamos, cuando vimos la preciosidad de hotel en el que estábamos. Se llama Hotel St. George y es un hotel boutique monísimo en pleno centro, en el barrio más cosmopolita de la ciudad. La habitación era de un diseño exquisito, las paredes y estanterías estaban llenas de piezas de arte y podías llamar a recepción para preguntar por ellas y que te las explicaran. El lobby tenía también piezas de arte y estaba todo decorado con un gusto exquisito. Dejamos las cosas y nos fuimos a pasear por la ciudad, llegamos al puerto, comimos una sopa de salmón y una fritura de pescado. Seguimos paseando y volvimos al hotel para ducharnos y arreglarnos para cenar.

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Helsinki

Habíamos reservado en Spis, un restaurante local que se centra en comida de temporada. Cenamos el menú corto y salimos de allí llenísimos. Cómo estaríamos de llenos que hasta rechazamos el plato de queso opcional porque sentíamos que no íbamos a poder desabrocharnos el pantalón. Al día siguiente aprovechamos para acercarnos al museo de arte contemporáneo y como habíamos desayunado fuerte, no comimos, ya que nos esperaba una cena de menú largo en un restaurante de Estrella Michelín llamado OLO. Esa cena fue aún más espectacular que la de la noche anterior. Probamos el hígado de reno con remolacha, (que en realidad sabe a foie), las ostras con perlas de lima, un postre de ruibarbo que venía en una maceta llena de flores frescas, otro postre de chocolate con papel de oro… Fue una maravilla y muy interesante ya que usaron un montón de ingredientes locales.

En definitiva, el viaje fue una experiencia increíble que volvería a repetir mil veces. Y más aún, fue espectacular al no saber que íbamos a Laponia y enterarme media hora antes de coger un segundo avión con toda la emoción de golpe.

 

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Kiasma museum, Museo de arte contemporáneo

Para aquellos que queráis hacer este viaje, os doy todos los detalles y preguntas que me habéis hecho durante esos días resumidos aquí:

  • Cómo llegar a Laponia desde Madrid:
    • Volamos con Finnair hasta Helsinki. Desde Helsinki puedes volar a diferentes ciudades del norte de Finlandia. La más conocida es Rovaniemi, donde está la famosa villa de Papá Noel. Si quieres irte a un sitio menos turístico y subir mucho más al norte, vuela a Ivalo que es a donde fuimos nosotros. Desconozco si hay más compañías que vuelen a cada ciudad, pero Finnair seguro que sí. Creo que también se pueden hacer escalas en París o Londres con otras compañías aéreas.
  • Dónde dormir en Laponia:
    • Hay muchos hoteles tanto en Rovaniemi como en Ivalo u otras ciudades cercanas. Lo esencial es encontrar el hotel que más se ajuste a tu presupuesto y una vez lo hayas elegido, mires el aeropuerto más cercano. En todas las webs de cada hotel te dicen cómo llegar y todos suelen tener transfers que te recogen en el aeropuerto.
  • Clima:
    • Nosotros tuvimos muy buen tiempo, mínimas de -8ºC de madrugada (cuando estás durmiendo) y máximas de 4ºC durante el día. Apenas había viento, nos nevó y llovió algún ratito mientras paseamos y hasta salió el sol radiante y tuvimos cielo completamente azul. La semana previa estaban con mínimas de -15ºC o -25ºC, por lo que tienes que estar muy pendiente del tiempo la semana antes de volar para no llevarte sustos. En Diciembre o Enero alcanzan fácil los -30ºC. Ellos están acostumbrados pero nosotros no y a partir de los -15ºC duele respirar. En la habitación igloo, cabañas y otros tipos de alojamientos que ofrecía nuestro hotel, la temperatura suele ser alrededor de 25ºC.

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Río congelado y la capa de nieve que tiene por encima

 

  • Ropa:
    • Lo más importante es vestir por capas. Y llevar siempre cacao para los labios en un bolsillo. Igualmente, en los hoteles antes de hacer las actividades se aseguran de que vayas bien abrigado y en el precio de las excursiones va incluido el material por si necesitas alquilarlo. A nosotros para montar en trineo con huskys nos dieron un mono de esquí para ponernos por encima de los pantalones de nieve y nos cambiamos las botas por unas de goma que llegaban casi hasta la rodilla. Detallo lo que llevaba durante los días de Laponia. Como se ve en muchos links, fuimos con lo más básico y si no tienes ropa de esquiar como yo y te da rabia no amortizarla porque casi nunca la vas a usar, la gama básica de Decathlon es tu mejor aliado. 
      1. Camiseta térmica de tirantes.
      2. Camiseta térmica de manga larga.
      3. (Por la noche para excursión con los renos: Forro polar de cuello alto)
      4. Sudadera térmica con capucha.
      5. Leggins térmicos.
      6. Pantalón de nieve.
      7. Calcetines normales.
      8. Bufanda y gorro de lana.
      9. Botas de nieve.
      10. Plumas.
  • Excursiones, actividades, comidas:
    • Nuestro hotel tenía un montón de actividades que podías realizar sin irte a ningún sitio ni contratarlas con otras compañías. Ellos te organizan todo y tú solo tienes que preocuparte de estar puntual en el lobby que es donde te recogen para coger un coche o ir caminando a donde empiece la actividad. Simplemente asegúrate de cogerlas con algo de antelación por si se llenan, pero si quieres improvisar alguna actividad o pensártelo cuando llegues, también podrás hacerlo. Para comer, nosotros recomendamos coger media pensión o completa, ya que probablemente el hotel esté en medio de la nada.
  • Auroras boreales: la temporada empieza a finales de agosto y dura hasta finales de abril, pero por mucho que cojas el hotel más al norte de Finlandia es posible que no las puedas ver ya que depende de factores externos como las nubes y el viento. Como consejo: evita ir cuando haya luna llena ya que deslumbra y hace más difícil apreciar las aurorasSi tu habitación tiene detector de auroras, pitará en medio de la noche y significará que puedes ver la aurora justo encima de ti. Si no, es recomendable llevar instalada una app que manda alertas cuando la probabilidad es alta. Nosotros usamos My aurora forecast (en iOS y Android), justo cuando vimos las auroras ponía que había un 45% de probabilidad así que imaginad cómo se verán cuando la app marca el 100%.

Creo que no me dejo ninguna duda por resolver. La única que no puedo responder es la del precio de los vuelos y alojamiento en Laponia ya que era parte de mi regalo sorpresa. En cuanto a hoteles en Helsinki, los hay de un montón de precios distintos. Nosotros fuimos a este porque queríamos hacerlo más especial y porque buscamos que tuviese spa por si hacía muchísimo frío para estar en la calle, pero sin spa, hay más todavía.

Lo único que sé es que hay que reservarlo con muchísima antelación. Dani lo cogió todo a finales de septiembre para ir a finales de marzo porque allí es temporada alta y se llena enseguida. Cualquier cosa que necesitéis saber, ¡no dudéis en escribirme!

Tormenta en el Sáhara

Hace mucho que no me paso por aquí y es que el año pasado fue bastante tormentoso en general. Pero de todo lo vivido, prometí escribir largo y tendido sobre esta experiencia que tuve la suerte de vivir a mediados de noviembre, con la persona perfecta.

Viajamos a Marrakech. Tenía mucha inquietud por el destino pero me transmitía un poco de inseguridad y a ratitos hasta un poco de miedo. Nada que no desapareciese a las horas de estar allí, lo que me hizo darme cuenta de los prejuicios y desconocimiento que tenemos cuando nos adentramos en una cultura árabe. No era la primera vez que iba a un país con esta cultura pero no había sido una experiencia «tan rústica». Había estado en Dubai y en medio de todo el lujo que respira la ciudad, hasta que no paseas por el mercado de las especias y ves los barcos en los que traen las mercancías, no te crees que estás en una ciudad de origen humilde en medio del desierto. Sin embargo en esta ciudad de Marruecos, aún se puede ver esa parte humilde y real que hace que el destino (y sus alrededores) sea un poco más auténtico (y eso que la ciudad está extremadamente masificada y turistificada).

Atardecer sobre La Koutoubia

Durante los cinco días que estuvimos allí, nos acercamos a conocer el hotel La Mamounia para poder ver ese contraste entre el mundo más lujoso y el «más real» de la calle, así veíamos las dos caras de la moneda. El destino en sí es caótico, aparentemente desorganizado, laberíntico, ruidoso, con música oriental de fondo, llamadas al rezo, sonidos de pitidos de motos, carros, burros, de gritos, de «compra aquí, entra en mi bazar, solo ver no tocar» depende de donde estés huele a especias, curry, carne cruda, gallinas, palomas o pájaros enjaulados y a marroquinería de cuero.

Hasta que perdiéndote por callejones sin salida y calles estrechas apareces en tu riad. Y entonces se detiene el mundo, el ruido desaparece, te invade un silencio total, solo escuchas el chapoteo del agua de la fuente y apareces en un patio blanco, con el suelo de azulejos y nada más entrar, te ofrecen sentarte en un sillón, con té de menta y dulces árabes. Mientras terminamos de completar nuestros datos de la reserva, no podía salir de mi asombro al haber aparecido casi por arte de magia en un lugar tan bonito. Espero no olvidar nunca esa sensación de paz, tranquilidad y alegría que me transmitía ese lugar. El riad se llama Le Rihani, es un lugar precioso, con un desayuno extraordinario y una atención y amabilidad exquisitas. El patio es espectacular, tiene una larga y estrecha piscina en medio de naranjos. Volvería allí sin dudarlo ni un segundo, pocos lugares me han parecido más mágicos que este.

Riad Le Rihani

Marrakech es un lugar donde reina el color, los naranjas, marrones y ocres en las paredes, los dorados, cobres y plateados en los techos, los azules, verdes y amarillos en las cerámicas. He mencionado la palabra azul muy a la ligera, pero de verdad, nunca vi un azul klein tan increíble como el de la casa de Ives Sant Laurent. El primer día, tras comer en el primer restaurante con el que nos cruzamos (para no perder tiempo de hacer visitas) fuimos en calesa hasta los Jardines Majorelle. Ahí fue la primera vez que regateamos, porque yo no sabía que aquí se regateaba hasta el transporte y al final por un precio irrisorio nos llevaron hasta allí.

Le Jardin Majorelle

Y entonces aparecimos ahí. En ese lugar mágico repleto de palmeras, bambú, vasijas y macetas de color azul, amarillo y naranja, con fuentes de agua y vegetación perfectamente colocada. Iba paseando a cámara lenta, embobada con todo el lugar. Creo que Dani me miraba hasta asombrado por verme tan fascinada con el sitio, sobre todo por toda la lata que le había dado porque no estaba muy convencida con el destino del viaje. Él ya había estado hacía más de diez años por lo que él no tenía tanto efecto sorpresa, aunque estoy segura de que al ver mi ilusión, se la trasladé por completo. Los jardines son espectaculares, ese azul es para perder el sentido y el contraste con el verde me tenía loca. En un futuro quiero tener una pared de mi casa pintada de ese azul para que me teletransporte allí.

Le Jardin Majorelle

Tras esa primera visita, negociamos la vuelta a la Medina y cogimos un tuktuk, rumbo a La Mamounia. Esta vez, lo que nos hacía gracia era aparecer en el hotel más lujoso de la ciudad en el vehículo más cutre de todos. Yo pensaba que no nos dejarían parar en la puerta del hotel o que nos dirían algo pero al bajarnos del tuktuk preguntamos si podíamos pasar y tras cruzar el arco de seguridad, entramos a ver el hotel, los jardines y nos tomamos un té de menta. Otra cosa no sé, pero el hotel es bonito a rabiar y solo por el olor que tiene el hall ya merece la pena entrar un ratito a verlo. De hecho tiene un olor tan espectacular que venden velas con la misma fragancia. No pregunté el precio, pero creo que no quiero saberlo.

La Mamounia

Salimos del hotel y como ya se había puesto el sol, paseamos por la zona de la Koutoubia, por sus jardines y cruzamos el paseo que lo une con la plaza Jemaa El Fna. Al llegar allí ya era de noche y la plaza se había transformado por completo, estaba llena de gente que en corrillos jugaban a juegos de azar, contaban historias, cantaban y bailaban alrededor de pequeñas hogueras…

Eso por un lado, luego caminabas un poco más y llegabas a la parte de los miles de puestos de comida, donde los «relaciones públicas» de cada uno te entran por todos lados con los menús en la mano para que comas en su puesto. Ahí sí que es para volverse loco y tienes que decirles a todos que ya has cenado, para que no insistan mucho más. Aunque eso no los hace callar porque te insisten para que vuelvas mañana. Paseas por el medio de puestos de pescado, carnes, caras de cerdo, caracoles, verduras, sopas, cuscús, tajines. Allí convive gente local y turista comiendo lo mismo. Sobra decir que te olvides de los cubiertos y que allí se cocina y come todo con las manos. No es lo más higiénico del mundo pero admitiré que no me puse mala ningún día, era otra de mis grandes preocupaciones y me había preparado un botiquín enorme. Pero la primera noche no cenamos en la plaza, teníamos una reserva en Dar Cherifa, un restaurante muy bonito que descubrimos al llegar que era también riad. Comida casera, un patio abierto, tranquilidad y música suave de fondo, luces bajas y velas. Después de cenar volvimos al riad para descansar y prepararnos para el segundo día.

Puesto de lámparas cerca del riad

A la mañana siguiente nos despertó la llamada al rezo pero conseguimos dormir un rato más y despertarnos no muy tarde para que nos cundiese el día. Empezamos con un desayuno completo, té de menta con unas tortitas que hacen allí con miel, huevos revueltos y mandarinas del jardín. Después de desayunar fuimos temprano a ver el Palacio de la Bahía. Hicimos la visita por nuestra cuenta aunque poniendo a ratos el oído en las visitas guiadas que había alrededor. En mi obsesión con conseguir fotos de lugares turísticos masificados completamente vacíos, iba fotografiando todo lo que podía antes de que avanzaran los grupos. El lugar es muy muy bonito, repleto de azulejos de colores, de arcos y paredes perfectamente esculpidas y talladas minuciosamente. La verdad es que me encantó y de ir viéndolo todo despacio y de estar haciendo fotos, la visita fue preciosa.

Después de estar allí nos fuimos al Palais El Badi que realmente son las ruinas que quedan de un palacio maravilloso que existió antiguamente. Aún así, hacía un día espectacular de sol, por lo que el contraste al mirar las paredes naranjas del lugar y el cielo azul daba mucho juego en las fotos y como aquí sí que estábamos prácticamente solos, se agradecía y hasta parecía que no estábamos en Marrakech. Nos quedamos con ganas de ver la Madrasa de Ben Youssef pero estaba en obras.

Palais El Badi

Después de esas dos visitas mañaneras, volvimos al riad a descansar para darnos un masaje. Error nuestro que nos dejamos las chanclas en Madrid y el look de albornoz y zapatillas con calcetines era de lo más cómico. El masaje duraba media hora, era con aceite de argán y dejaba la piel perfecta y el cuerpo perfectamente descansado y relajado. Tras ese break nos fuimos a comer, esta vez en un lugar súper bonito llamado Le Jardin, otro oasis de paz que cuesta encontrar porque pasa desapercibido pero que al cruzar las puertas, te cuesta creer que haya un lugar tan verde y limpio como ese. Comer un tajín de cordero oyendo los pajaritos de fondo y bebiendo un batido de aguacate. De postre, dulces árabes y otro batido de aguacate. Era feliz. Además, pude fijarme de la cantidad de grupos de mujeres que había en la ciudad viajando solas que elegían este restaurante para comer. De hecho, Dani y yo éramos de las pocas parejas que había alrededor, eran casi todo grupos amplios de mujeres. Y no me extraña, porque el destino y este restaurante en concreto invitaba a hacer un viaje de amigas.

Le Jardin

Después de comer, llegó el momento de la verdad, de decir «aquí hemos venido a jugar» y empezamos a perdernos por los distintos callejones de bazares y distintos zocos, recorriendo kilómetros entre puestecitos y tiendas de todo tipo de objetos. Especias, cerámica, babuchas, kaftanes, lámparas, joyas, antigüedades, artículos de cuero, animales vivos, carnes, puestos de comida, más especias, tajines, más cerámica, más babuchas, más telas, más lámparas y cuando queríamos darnos cuenta, tras pasar miles de puestos caminando, resulta que habíamos estado dando vueltas en círculos por diferentes callejuelas que parecían todas iguales. Al final buscabas casi desesperado la manera de volver a la plaza central o acababas preguntando a vendedores que te daban una vuelta más por el zoco para desorientarte, pasar casualmente por delante de su tienda y ya volver a la plaza, que era lo que originalmente querías.

Cerámica en el zoco

El momento de regatear de tiendas lleva mucho tiempo y por pereza o por no querer perder mucho rato y dejarnos sin ver algún rincón, compramos relativamente poco. A cada artículo que te quieres llevar le vas a echar mínimo 15 minutos de regateo, así que recomiendo primero planificar la visita, los caprichos, saber si merece la pena negociar el artículo, y el tiempo de zocos que vas a dedicar. Yo tuve una tarde y una horita aprox de la mañana del último día. Y en realidad el último día cuando empiezan a abrir las tiendas y casi no hay gente (en torno a las 10:30-11), hice todos los recados que tenía en mente. Preguntando cómo volver a la plaza, nos llevaron a ver el lugar donde tiñen las telas y lanas y fue un ratito muy agradable hablando con los artesanos del lugar.

Zoco de los tintoreros

La segunda noche teníamos una reserva en la azotea de NOMAD con vistas a la Medina, un restaurante donde se centran en el producto local fresco y le dan un giro moderno a la comida tradicional. La verdad es que lo agradecimos porque después de dos días comiendo casi siempre brochetas de carne, cuscús o tajín, echas de menos otro tipo de platos.

Al tercer día teníamos un viaje organizado al desierto, para dormir en uno de los lugares más bonitos para disfrutarlo, KamKam Dunes. Un campamento de jaimas perfectamente acomodadas para disfrutar de una noche en el desierto. Dormimos en una jaima privada para nosotros, con una cama con dosel y baño con ducha dentro. La habitación era preciosa y el campamento también. El dosel con vistas a las dunas quitaba el aliento y tras pasar muchas horas en un minibus para llegar allí, la emoción por llegar al desierto era total, pero no adelantemos acontecimientos, que aún nos queda llegar allí.

Habitación en KamKam Dunes

El tercer día salimos de Marrakech y pusimos rumbo al desierto de Merzouga. Para llegar allí se atraviesan casi 600KM por lo que el viaje no es nada corto. Se cruza la cordillera Alto Atlas, las carreteras son con muchísimas curvas, estrechas, con vallas o quitamiedos medio caídos y aunque las vistas son de infarto por la altura que se coge, a ratos se hace eterno, te mareas y tras pasar alrededor de tres horas de subidas aún te queda un rato para volver a bajar y estar en terreno llano.

 

Al cruzar las montañas hicimos una parada en kasbah Ait Ben Hadouh, una antigua ciudad hecha por completo de adobe, donde se han grabado películas como Gladiator y escenas de Juego de Tronos, concretamente la ciudad de Yunkai, liberada por Khaleesi. Las vistas desde arriba del todo impresionan porque estás en medio de la nada, se ven las montañas que acabas de cruzar y al fondo empieza a asomar el desierto. Esa primera noche de excursión dormimos en Dades, un pueblo que hay antes del largo trayecto al desierto.

Vistas desde lo alto de Ait Ben Haddou

A la mañana siguiente el bus vino a buscarnos temprano y fuimos a la garganta del Todra que es un valle rocoso que impresiona mucho por la altura de las paredes, el destino perfecto para los amantes de la escalada. Allí tuvimos una visita por la zona para luego ver la zona de cultivos y conocer la tienda de una familia que tras invitarnos a té, nos explicaron cómo hacen las alfombras en los telares. Tras pasar la mañana allí, el bus hizo una parada en un bar de carretera para reponer fuerzas y ya sí que sí llegamos a donde habíamos quedado con los de KamKam Dunes.

Garganta del Todra

Salimos del minibus y nos metimos en un 4×4 que nos llevaba al campamento. Tras subirnos y ponernos el cinturón, sin darnos cuenta desapareció la carretera y estábamos rodeados de kilómetros de arena y dunas. Estaba nublado y se avecinaba una tormenta, por lo que el ambiente era mas húmedo de lo que habíamos imaginado, olía a lluvia en un lugar donde reina el calor. En el coche sonaba «A sky full of stars» de Coldplay y en esa emoción de por fin estar en el desierto tras un larguísimo viaje se me empezó a hacer un nudo en la garganta y se me escapó alguna lágrima. No podía creer lo que estaba viendo. El desierto impresiona muchísimo, te sientes muy pequeño en medio de la nada, estás rodeado de dunas de arena y al fondo se veían dos dunas altísimas, no podía dejar de mirarlas. La primera impresión es increíble. Dani y yo nos mirábamos en silencio, repletos de ilusión, sobraban completamente las palabras y cualquier cosa que dijéramos para describirlo se quedaba corto.

Desierto de Merzouga, Sahara

Llegamos al campamento, soltamos las mochilas y nos fuimos a caminar por el desierto. Pasamos la primera zona de dunas, seguimos caminando, hacía muchísimo aire, estaba nublado y veíamos que las nubes negras se acercaban aún más. No tuvimos una puesta de sol llenas de color pero el paisaje era tan espectacular que no hacía falta. El color naranja de las dunas impresionaba, el tamaño de ellas y no ver civilización alrededor también. La soledad. El viento. La arena. Nos pusimos nuestros fulares a modo de turbante bereber con la técnica que aprendimos a hacer para cuando hay tormentas de arena. Y pasear en medio de la nada. Estar quietos simplemente mirando el paisaje en silencio. Quería inmortalizar ese momento, esas sensaciones de felicidad absoluta. De verdad. No puedo tratar de describirlo mejor y sé que me estaré quedando corta con lo que sentía dentro. Tenía la cámara colgada y dejaba de hacer fotos porque no hacían justicia a la realidad.

Desierto de Merzouga, Sahara

Después de hora y media caminando por la arena volvimos al campamento para descansar en la zona común. Habíamos reservado una botella de vino y la abrimos antes de empezar a cenar mientras terminaba de caer el sol. Se hizo totalmente de noche, una oscuridad que lo invadía todo y el camino de alfombras entre las jaimas se llenó de antorchas y velas encendidas. Empezó a llover. Los chicos del campamento estaban haciendo una hoguera para ver las estrellas, pero el cielo estaba cubierto y hacía mucho viento. Olía a tormenta y estando en el desierto provocaba ese olor tan peculiar y agradable de verano. Empezamos a cenar lo que habían preparado y de la cocina no paraba de salir abundante cantidad de comida cada vez más rica. Cenamos de maravilla, con la tormenta encima de nosotros. Daba mucho respeto porque cuando la ves en casa te sientes protegido pero debajo de telas impone mucho más. Dani y yo jugamos a averiguar a cuántos KMs de distancia estaba la tormenta, contábamos los segundos entre el rayo y el trueno. Caían rayos que en medio de esa oscuridad que tanto impresionaba, iluminaba las enormes dunas del fondo. Al terminar de cenar volvimos al salón común y allí los chicos marroquíes empezaron a cantar y a tocar música con instrumentos de música de la zona. Esa noche caímos rendidos, explotaba de amor y nos dormimos con el sonido de la lluvia de fondo.

Desierto de Merzouga, Sahara

A la mañana siguiente nos despertaron a las 5:30 y nos dijeron que íbamos a montar en camello para ver amanecer. A mí, que me impone mucho la oscuridad, me dio un poco de angustia ver que si caminaba en línea recta no veía nada a mi alrededor y pensar en hacer lo mismo subida a un camello me preocupaba un poco. Me subí al camello casi en tinieblas y a los pocos minutos ya estábamos caminando. Hacía muchísimo frío y viento. Al no haber nada que te tape la corriente, la sensación térmica era incluso menor. Los camellos con su ritmo tan pausado y calmado transmitían mucha tranquilidad y tras llegar a la base de la duna, se sentaron para descansar.

Merzouga al amanecer

Subimos la duna caminando, los pies se hundían y era muy difícil llegar a la cima, pero al llegar arriba del todo, empezaban a asomar los primeros rayos del sol entre las nubes. Parecía que después de la tormenta no iba a amanecer nunca, pero como decimos en Galicia, «al final siempre abre». Y vaya que si abrió, salió el sol y al fondo nos dijeron que lo que se veía era Arabia. Y otra vez, dabas vueltas sobre ti mismo y lo único que se veían eran kilómetros y kilómetros de arena. Quería quedarme a vivir en el desierto o por lo menos disfrutarlo un día más. Pocas veces me he sentido así y solo pienso en volver a repetirlo. No sé si en ese desierto o en otro, pero me muero de ganas de volver a ver algo así.

KamKam Dunes

 

Vimos amanecer en las dunas y eso me hacía tremendamente feliz. Estaba tan ilusionada que casi no desayuné, así que cogí unas galletas y las guardé para el viaje. Nos esperaban 10h de minibús atravesando de nuevo el Atlas, donde se nos hizo de noche y si ya daba vértigo cruzar esas carreteras de un solo carril, con camiones, adelantando coches y otros minibuses, hacerlo a oscuras, era aún peor. Había momentos que pensaba «esto no lo cuento». Como no se veía nada, íbamos con el mapa del móvil abierto para saber si quedaba mucho. Fue un viaje duro y eterno, sobre todo porque tras vivir algo tan bonito y con tanta intensidad el día de antes y la misma mañana, después te da el bajón y como era el penúltimo día, solo teníamos ganas de volver al riad, descansar y aprovechar las últimas horas de la mañana antes de coger el vuelo de vuelta.

Dejando Merzouga atrás

Esa noche cenamos en la plaza, nos zambullimos en el caos y como todos los puestos resultan ser prácticamente iguales y estábamos agotados, nos sentamos en el primero que encontramos. Cenamos bien, ¡había que vivir la experiencia más auténtica de cenar en medio de todo ese jaleo! A la mañana siguiente, después de desayunar fuerte, terminamos de cerrar la maleta y nos fuimos al zoco otra vez para hacer las últimas compras. Unas babuchas, unos tajines, un pañuelo y algo de bisutería. Como era primera hora, decían que éramos los primeros clientes y que teníamos precio especial, pero nosotros que íbamos muy al grano porque teníamos prisa e hicimos bajadas de precio sin descaro. Estoy segura de que lo podríamos haber sacado todo mucho más barato, pero también queríamos gastar los últimos dirhams que nos quedaban y no nos importaba que nos sacaran un poco extra.

Zoco de las babuchas

Finalmente, con todo el dolor del mundo tuvimos que volver al riad, hacer el checkout y subir al transfer que nos llevaba al aeropuerto de nuevo. No nos sobró tiempo y quizá el viaje con un día más habría sido más pausado, pero sinceramente, con cinco días teniendo dos de ellos el viaje hasta llegar al desierto, da tiempo a verlo todo. No te haces una idea de las distancias hasta que estás allí, pero está todo más cerca de lo que parece. Y lo mejor, es que desde Madrid se tarda hora y media aprox de vuelo, por lo que si tienes ganas de repetir, es una escapada fácil y muy muy agradabe.

De verdad, si no habéis ido nunca, dadle una oportunidad a Marrakech. Superó todas mis expectativas.

 

Volver a escuchar. O hacerlo por primera vez.

Fotos bonitas que me hace SallyFoto

Hoy quiero hablar de algo bastante personal que poca gente sabe. Es algo por lo que a día de hoy no tengo ningún complejo pero que de pequeña cuando me lo detectaron en el colegio sí fue algo incómodo.

Desde siempre recuerdo jugar cuando era niña al teléfono escacharrado, a veces era la primera en oír el mensaje en murmullo y mis amigos decían que me inventaba el mensaje. Yo decía que no, que me lo habían dicho así. Todo quedaba en una anécdota, nos reíamos y al día siguiente volvíamos a jugar. Igual ya no me sentaba la primera pero seguíamos jugando. Así fueron pasando los años, pero durante primaria cuando me sentaba en útima fila, casualmente mis notas bajaban. En casa me decían muchas veces que estaba en mi mundo, que no atendía, que no prestaba atención. Me tenían que repetir las cosas mil veces y a veces se enfadaban conmigo.

En secundaria me cambiaron de colegio y me resultó difícil encontrar un grupo de amigos, por lo que llegué a pasar por etapas de bullying (pero eso es algo en lo que no quiero centrar este post). Justo en esa época, en una revisión médica que me hicieron los médicos del colegio con mis compañeras de clase delante, me detectaron que tenía problemas de audición. La verdad es que recuerdo que me morí del corte cuando me lo dijeron delante de las chicas que se metían conmigo, no sabía a dónde mirar, pensé que ahora encima tenían otra cosa más que llamarme. Llegó a casa mi informe médico y me señalaron que fuese al otorrino para revisarme los oídos.

Fuimos al médico, me hicieron un estudio durante unos meses o incluso un par de años  y un TAC para ver si había alguna lesión. Descubrieron que no había nada raro pero que tenía una hipoacusia moderada en el oído interno que por suerte no era progresiva. El médico preguntó si por casualidad había nacido con la bilirrubina alta y confirmamos que sí. Me dijeron que esa era la causa de mi pérdida de audición y que había sido de nacimiento, una hipoacusia neonatal bilateral causada por la hiperbilirrubinemia. En los últimos años se ha descubierto que nacer con la bilirrubina alta, en algunas ocasiones puede afectar al nervio auditivo. Pero que no os alarme, no es el fin del mundo ni le pasa a todos los bebés pero sabiéndolo, conviene revisar mejor los oídos. Creo que ese día rondaba los 13-14 años aproximadamente. Así que había pasado 14 años de mi vida escuchando mal y todos sin saberlo.

Durante estos años he hecho vida normal porque tengo la suerte de que no es una pérdida que llegue a la minusvalía mínima, se puede vivir con ello. Y no pasa absolutamente nada. La parte mala o algo incómoda es que eso no me permite tomar medicamentos ototóxicos o alimentos con quinina, ya que hacen que esa pérdida se pueda agravar. También te dicen que no puedes ponerte vacunas de enfermedades tropicales ya que son agresivas para el oído (y si ya lo tienes algo dañado, puede aumentar el riesgo de esa pérdida). Que a efectos prácticos y traducido a humano, esto significa que no puedo tomar ibuprofeno (ni otros fármacos menos comunes) ni tónica. Así que esto implica dos cosas. Por un lado, los cócteles de ginebra los pido con Sprite o refresco de limón y las menstruaciones las sufro sin encontrar un analgésico que me permita no echar a perder un día al mes de mi vida. Porque sí, soy de las mujeres que tiene menstruaciones extremadamente dolorosas y si antes con el ibuprofeno podía hacer vida normal, desde que me quitaron este fármaco, esos días del ciclo me quiero morir porque no hay nada que me devuelva a la vida. Ni bolsas de agua caliente, ni quitarme el café y teína, ni andar a gatas por la casa, ni tomarme un chupito de ginebra sola (remedio de abuela), ni nada. Dolores, cólicos, calambres y mareos durante 24h.

Volviendo a lo que implica tener pérdida de audición en mi día a día, a mi pareja le he dicho siempre que si se pone cariñoso no me susurre nada al oído porque inmediatamente romperé la magia contestando ¡¿QUÉ?! Otro detalle es que al ver la televisión tengo que tenerla a un volumen considerable para entender todos los diálogos. Pero como a veces esto es muy molesto para la otra persona, acabo entendiendo lo que pasa en la película por el contexto y las citas importantes las busco después en Google. Otro detalle es que cuando estoy con gente en una cena y hay ruido de fondo, o leo los labios o no entiendo lo que me dicen. En reuniones de trabajo me aporta inseguridad porque tengo que estar aún más alerta por si me preguntan algo. Todas esas pequeñas cosas con las que una acaba conviviendo se traduce en estrés y fatiga. Cosas que mis amigas me han traducido como que «a veces estás empanada» o que por las noches estoy extremadamente cansada sin haber hecho apenas esfuerzo físico. Porque el cerebro de una persona que no escucha bien, trabaja el doble o triple que el de una persona normal, ya que tiene que estar en permanente alerta por si oye algo que no identifica.

Las pasadas navidades probé los audífonos de mi abuelo y aunque no estaban configurados a mi pérdida, aluciné porque de repente mi madre me susurró algo y la entendí a la perfección. Al principio creía que me estaba vacilando y que me estaba hablando alto pero luego lo repitió más veces sin audífonos y con ellos y la diferencia era abismal. Antes de la anécdota de ese día, mi pareja me llevaba diciendo unos meses que debía revisarme la audición porque me notaba más sorda de lo normal. Tras darle muchas largas diciéndole que no era progresivo, que oía igual de mal que siempre, al final accedí a volver al médico y me dijo que ya tenía una pérdida suficiente como para poder plantearme llevar unos audífonos.

Mis padres y yo nos pusimos manos a la obra en busca de una marca que nos transmitiera confianza y dimos con GN, que trabaja con Beltone y ReSound. Estas dos marcas son gamas altas de los audífonos que hay actualmente en el mercado. El día que fuimos a conocerlos a sus instalaciones, nos hicieron una visita a la fábrica, lo que hizo la experiencia única, ya que entendí a la perfección como funciona un audífono y cómo es la maquinaria que lleva dentro. (Siento no tener fotos del interior, estaba demasiado atenta a las explicaciones) Porque de verdad, básicamente lo que llevas en la oreja es un ordenador del tamaño de una lenteja. Allí me volvieron a hacer pruebas y me ajustaron unos a mi pérdida. Además de eso, lo que más me gusta es que ReSound cuenta con una app que puedes controlar desde el iPhone y el iWatch. Mi audioprotesista puede acceder a la configuración de mis audífonos en remoto, instalarme programas nuevos y desde casa con la app puedo descargarlo y automáticamente se me configuran los audífonos. Sin necesidad de ir a una clínica de forma periódica a que me los ajusten.

Y en cuanto a la experiencia, os puedo confirmar que es una auténtica gozada poder escuchar como una persona sin pérdida. De hecho, es posible que escuche incluso mejor. A la hora de ver la televisión, puedo usar un accesorio que me permite escucharla directamente en los oídos. Hay otro accesorio que se lo puedo dar a mi padre y si da clase o una conferencia, aunque me vaya a la última fila, escucharía su voz directamente en el oído. También puedo escuchar llamadas de teléfono o música a través de ellos, por lo que en el metro cuando muevo la cabeza marcando el ritmo, la gente me mira raro porque ni siquiera me ve unos AirPods o unos Beats. Son completamente invisibles, los míos son pequeños de color beige clarito, externos, simplemente asoma un cable transparente y el resto queda tapado por la propia forma de la oreja. Son más invisibles que los internos, que se parecen a los pinganillos que llevan los presentadores en la televisión y que se ven si se mira la oreja de lado. Y aunque no fueran invisibles, a mí personalmente me daría igual, porque llevar tecnología encima y wearables, me encanta. Una no deja de ser geek ni aunque tenga problemas de audición. Tecnología que pueda llevar puesta encima y que encima facilite la vida, que venga a mí.

En definitiva, si alguien alguna vez detecta que no escucha bien, que lo consulte con un profesional, porque en la mayor parte de los casos, hay solución. Cuando de repente vuelves a oír, o como yo, escuchas por primera vez un montón de sonidos que te has estado perdiendo, es increíble. La primera impresión al ponérmelos es cierto que me resultó muy molesta, tuve la sensación de que «el mundo y la vida suenan demasiado alto». Me los configuraron en un programa de adaptación para que no me diese impresión y me causara rechazo oírlo todo tan alto desde el primer día. Me tuve que acostumbrar a sonidos que en mi vida habían pasado desapercibidos.

Es posible que si los llevas oigas el ruido de tu pelo al moverse si tienes el tic de tocártelo a menudo o que oigas el roce de tus manos al pasarlas por un tejido. Pero tienes que reeducar tu oído y aprender a distinguir a qué sonidos tienes que prestar atención. Por suerte los mejores audífonos cuentan con reductores de ruido y puedes cancelar el sonido del viento, función que va de maravilla cuando estás en la calle un día de ventolera. Aunque al final tu cerebro aprende a no escuchar un ruido molesto como ese. El viento se escucha como cuando hablas por teléfono con alguien que está en un lugar ventoso. Pero solo los primeros días, yo ya casi no lo oigo. Si pasas cerca de un sitio con obras, con el reductor de ruido también puedes evitar que te lo amplifique. Pero lo mejor es que después de un mes llevándolos a veces reviso el móvil para ver si están encendidos porque los tengo tan integrados en mi vida que pienso que escucho bien sin necesidad de que estén funcionando. El cerebro es muy inteligente y aprende a mimetizar sonidos que antes eran nuevos como algo natural. Te recomiendan que al principio los lleves unas horas en casa, luego que vayas aumentando esas horas, luego salgas de casa un ratito con ellos y así poco a poco te vas acostumbrando a los sonidos nuevos.

Además de contar con un aparato de alta calidad, es importante que cuentes con un experto, en este caso un audioprotesista que te transmita confianza y que te ayude a integrar los audífonos en tu día a día. De nada sirve llevar un aparato bueno si sales de la clínica con ellos y no te aseguran que te harán un seguimiento para conocer tus impresiones y tu progresión. Es por eso por lo que muchas personas adultas y mayores sienten rechazo hacia los audífonos. Se necesita un buen equipo tecnológico y un buen equipo humano que te ayude a incorporarlo en tu día a día.

Si alguien necesita ayuda para dar el paso, ya sea por él mismo o por un familiar y quiere saber más sobre mi experiencia antes de decidirse, que no dude en mandarme un mensajito. Estaré encantada de contar en más detalle cómo está siendo mi experiencia. Yo lo hice con algunos conocidos antes de decantarme por usarlos, ya que siendo algo del oído que nadie más que el que lo sufre lo puede entender, ayuda mucho hablar con gente que de verdad está teniendo una buena experiencia con ellos y que puede saber a la perfección como te sientes.

Sin duda a mí me ha mejorado mi calidad de vida y estoy segura de que también la de los que me rodean. Cuando me los quito es como si llevara tapones en los oídos, hasta que me acostumbro a volver a escuchar como lo solía hacer durante 23 años. Desde que los uso, he pasado de tener que parar en cada conversación para repetir cosas mil veces a tener conversaciones totalmente fluidas. De repente soy más consciente de todo lo que me rodea. Disfruto de oír a mi gatita desde la otra punta de la casa, a mi pareja cuando canta distraído mientras hace cualquier cosa, a mis padres cuando me hablan y no tengo que preguntarles mil veces qué han dicho, en una reunión de trabajo cuando me siento más segura de mí misma y sé que no me estoy perdiendo nada.

Y esto no lo cambiaría por nada en el mundo.

Pasa, corazón

Nuestro primer viaje. La primera mañana de nuestra primera escapada, buscando la primera cafetería donde desayunaríamos pasteles de Belém. Esos que me pierden y que me podría comer una caja entera de una sentada. Recuerdo este viaje con muchísimo cariño, lleno de primeras veces juntos, sin saber la de viajes e historias que surgirían después.

Recuerdo la emoción de comprar un mes antes aquellos vuelos sin saber aún lo que éramos, lo que acabaríamos siendo. Comprarlos contigo porque quería volver a verte, me daba igual todo lo demás. Sin complicaciones, si quería besarte lo iba a hacer, si después no iba a más no pasaría nada, porque yo aquel día no quería relaciones a distancia. Y tú me decías que tampoco, que estábamos disfrutando del momento, que lo mismo sería simplemente un amor de verano. No éramos pareja pero éramos dos personas que se disfrutaban cuando estaban juntas. Caminábamos por la calle de la mano, porque sí, porque nos gustaba el cariño y la compañía. Nos besábamos en una esquina, porque sí, porque nos daba un arrebato de cariño. No queríamos darle un nombre concreto. Nos reíamos de los camareros que nos decían «parejita, os dejamos aquí la cuenta».

Eras mi +1, esa persona a la que quería tener cerca, sin darle explicaciones a nadie. Hasta que me enamoré y decidí que quería llevar a cabo el resto de aventuras, que no quería un amor de verano, que quería un amor de veranos, otoños, inviernos y primaveras. Contigo.

Con sabor a beso

El otro día salí a cenar con mi pareja. Era el típico sábado noche en el que nos damos cuenta de que no tenemos planes y nos hemos dedicado a disfrutar de estar juntos sin salir de casa. Pero esa noche no nos apetecía cocinar y nos arreglamos un poco para salir a cenar algo sencillo. Fuimos a una famosa cadena de restaurantes italianos y pedimos cuatro platos. Él no había estado nunca ahí por el hecho de haber vivido fuera de España los últimos años y yo llevaba sin volver ahí casi tres. Pero recordaba perfectamente los nombres de lo que solía pedir, así que pedí eso mismo, casi sin mirar la carta.

Lo que me gustó de la cena, fue volver a probar esos platos. Partiendo de la base de que es una franquicia y lo que te dan sabe igual en todas partes. Pero precisamente por eso, esta vez (y puede que sea la única vez que me alegre de esto en una franquicia) me gustó. Mi cabeza hizo un flashback exprés e inmediatamente después le dio al play. Como si de repente pasaran a cámara rápida mis últimos ocho años hasta el día de hoy. Mismos platos, misma cadena de restaurantes, distinta compañía, distintos momentos vividos, distintos años los míos. Y entonces me puse a reflexionar en voz alta con mi pareja sobre ello.

Mi persona favorita

Los platos llevaban mucho queso (para qué negarlo), así que eso ya suponía empezar bien la cena y que sintiera felicidad en cada bocado. Empecé a hablar y me di cuenta de lo que me había cambiado la vida desde la última vez que comí eso. Sobre todo, me di cuenta de que volvía a vivir en Madrid pero mi vida era completamente distinta. Distinta casa, trabajo y gente de la que me rodeo y con la que comparto mi día a día. Y distinta yo, porque he cambiado, he aprendido por el camino y me sigue quedando mucho por hacer. Sin embargo, mantengo amigos de esos que se cuentan con los dedos de una mano, con los que quiero seguir compartiendo mi vida en los próximos años. Por eso estaba agradecida a ellos, a mis padres, a mi pareja y sobre todo a mí misma por haberme llevado hasta este punto y al estar hoy donde estoy. También agradecida a mi gatita aunque ella no lo sepa, pero si me entendiese, le diría que ya no concibo mi día a día sin ella.

Hay cosas que necesito que salgan adelante para poder seguir construyendo mi vida y el resto de proyectos a futuro que quiero llevar a cabo, pero a día de hoy, estoy feliz. Y así, con esta reflexión, volvimos a brindar y terminamos de cenar. Volvimos paseando a casa, nos pusimos el pijama y jugamos con la gatita antes de dormirnos. Así, una sencilla noche de un sábado cualquiera.

Estás aquí para ser feliz

El otro día me preguntaron qué era para mí el futuro. Me quedé pensando sin saber qué responder, hasta que más tarde estando en la ducha dándole vueltas, justo donde no podía apuntar nada, se me ocurrió una respuesta. La pregunta me la hicieron en otro contexto así que esta respuesta tan personal solo era válida para contarla aquí. O entre tú y yo alrededor de unas cervezas.

La verdad es que siempre había soñado que en el futuro me encantaría vivir en un piso luminoso y alto en Madrid, con mi pareja y una gatita. Lo que el otro día me hizo darme cuenta de que los sueños se cumplen y aquí estoy, en Madrid, en nuestro piso luminoso y alto, viviendo en pareja y con una gatita de mes y medio que nos tiene encandilados.

Desde que nos surgió la oportunidad de volver a casa no he podido estar más contenta. Los días de transición entre Barcelona y Madrid fueron bastante agobiantes, con las vacaciones ya planeadas y con los billetes ya comprados en medio, descansando física y mentalmente a la vez que íbamos buscando casa fueron bastante ajetreados. La mudanza en sí, también, fue nuestra primera mudanza con muebles que se iban a un almacén hasta que tuviésemos  lugar donde colocarlos. Empaquetamos la incertidumbre sin saber cuánto tardaríamos en desembalarla, hasta encontrar la casa soñada. Pero por suerte apareció, mucho antes de lo que esperábamos. Eso sí, con bastante tensión por los papeleos y condiciones que nos pusieron para conseguir que llegara el ansiado día de la firma del contrato. Recuerdo que ese día llegué en metro y mientras esperaba en la calle escuchando música, no sé si del aire fresco a primera hora de la mañana o de la emoción, mezclado con una canción emotiva, empezaron a llorarme los ojos a mares mientras buscaba desde la calle las que iban a ser nuestras ventanas de casa. Miraba hacia arriba mientras pensaba «lo conseguimos». Tras leer todas las condiciones en una casa completamente vacía de muebles, pero llena de ilusión, firmamos el contrato que nos permite estar en esta casa, durante al menos cuatro años.

Nuestras vistas

Entonces me entró un poco de vértigo. En cuatro años será 2021 y hasta esa fecha da tiempo a que pase cualquier cosa. En un año hasta he podido estar de vuelta en Madrid tras haber vivido en Berlín y Barcelona, en cuatro… Me encantaría tener un buen puesto de trabajo en una empresa de la que me sienta orgullosa de formar parte, estar casada con mi pareja o al menos preparándonos para ello, con una independencia económica que me permita no depender de nadie, poder seguir disfrutando de poder compartir casa con nuestra gata, con la posibilidad de poder viajar y seguir aprendiendo de otras culturas…

Pero sobre todo, lo más importante, quiero seguir siendo feliz. Podrá parecer un tópico, pero en los últimos meses he tenido rachas que no han sido todo lo buenas que esperaba. De despertarme malhumorada y sin ganas pagándolo con mi pareja, sin tener él la culpa de absolutamente nada. De sentirme a ratos sola, en una ciudad atestada de gente, donde no terminaba de encontrarme. A pesar de haber estado aparentemente bien, he acabado necesitando el apoyo de los que más me quieren, porque aún teniendo todo lo que necesitaba, tuve días de derrumbarme y llorar en medio de un abrazo.

Pero hoy, por fin sin distancias, vuelvo a encontrarme bien y con más energía que nunca. Así que sí, en los próximos cuatro años y siguientes quiero seguir siendo feliz. Que las personas que me rodean ahora, sigan estando a mi lado para entonces. Poder brindar por el amor, por celebrar un nuevo puesto de trabajo, por el nacimiento de un hijo, por una pedida de mano… Seguir pudiendo contar con las amistades que me han visto crecer, con las recientes que se han incorporado y con las que sin esperarlo ya he celebrado grandes momentos. Seguir llenando la casa de cenas y brindis por todo lo nuevo que estamos viviendo.

La princesa de la casa

Solo llevamos una semana en nuestra nueva casa, recibiendo amigos y familiares que vienen a vernos. Desde la firma no he podido parar de repetirles lo inmensamente feliz que me siento de poder estar aquí. Con la persona de la que estoy enamorada, viendo atardecer cada día con el skyline de Madrid, disfrutando de decorar la casa y llenarla de detalles bonitos, de poder cuidar de mí misma, de mi pareja y de nuestra reciente bebé gatita de mes y medio.

Por favor, que los siguientes cuatro años sean iguales o mejores que estos momentos. Que de las malas rachas sigamos sacando aprendizajes que nos hagan cada vez más fuertes.  Y sobre todo, que nos hagan estar felices y orgullosos de estar donde estamos.

🙂

Berlinweh

Berlín – Julio 2016

He hablado mil veces de lo que Berlín ha significado para mí y hoy quería volverlo a hacer. Tengo morriña de Berlín y lo mejor de todo es que hay una palabra en alemán que significa exactamente eso, que es la que titula este post, Berlinweh. Weh significa «ay»/dolor/mal/pena y se usa como lo que los gallegos llamamos morriña, o como se dice en inglés «homesickness». A ese -weh se le añade la palabra Berlín y los alemanes ya tienen una forma de describir ese sentimiento.

Hoy, hace un año que volé a la ciudad que más me ha marcado en mi vida. Una ciudad que me vio empezar una etapa nueva en la que no había guión escrito. Una ciudad en la que me enamoré profundamente y en la que muchos sueños se hicieron realidad. Y se siguen haciendo. Hoy hace un año que me fui de casa y hoy, un año después no me imaginaba que cambiarían tantas cosas en tan poco tiempo. Si me dijeran el año pasado donde estaría hoy, todo lo que iba a vivir y a dónde estaría yendo, posiblemente me costaría creerlo. Y lo mejor, todo lo que hoy viene por delante.

(Sí, puede ser que hayas visto estas palabras en mi Instagram, pero quería repetirlas también en el blog, para que queden siempre aquí).

Además, hace tiempo encontré esta lámina de Martin Schwartz un artista de Copenhague. Iba a publicarlo algún día, así que esta ocasión me parece perfecta. Me encanta la ilustración y sobre todo me gusta la descripción que he copiado más abajo. Describe lo que hace especial a esta ciudad, lo que quizá es lo que hace que cualquiera que la pise, no se vuelva a casa como si hubiese visitado «una ciudad más». Porque una vez la conoces, Berlín nunca pasa desapercibida.

Ilustración de Martin Schwartz

«Berlin is like the unnoticed girl in the classroom of European capitals. She may not be a classical beauty such as Paris or Rome, but once you get to know Berlin, you will discover this city’s many unique qualities. Here you will find a mixture of new and old, ugly and beautiful. Like no other city, Berlin knows how to transform the rawness of concrete into something hip. The many aspects of this city is what gives it its charming and colorful soul. The many concrete buildings from the post war (plattenbau) are erected next to beautiful new classical apartment buildings and will remind you, that only 70 years ago this city was nothing but a pile of ruins.» – Martin Schwartz

Finalmente quería contar que pronto publicaré una guía y un MyMaps de Berlín donde hablaré de mis sitios favoritos, aquellos a los que os llevaría si pasáramos unos días juntos en esta ciudad. Es algo que he escrito con mucho cariño y que he ido enviando a amigos que me han dicho que iban de visita unos días. Tras mandarla por email, he pensado que mi blog sería un buen lugar para publicarla. En cuanto esté disponible, la encontaréis en una pestaña nueva que espero abrir dentro de poco. Por favor, cuando vayáis a ir, contádmelo o preguntadme, ya sea por aquí en comentarios, por email, por Twitter, Instagram… Por donde sea, me hace ilusión veros por Berlín. Es como volver a estar allí.

Pronto, volveré con novedades que contar, pero todavía no puedo hacerlo aquí.

¡Seguiré informando!